viernes, 20 de marzo de 2015

La zona de confort

La zona de confort es ese lugar tedioso en el que todos, alguna vez, nos acostumbramos a vivir.

Es caminar todos los días los mismos caminos, ver todos los días a las mismas personas, asomarse a la ventana y tener los mismos sueños de libertad y las mismas ansias de cambio para acabar ahogándolo todo en un escueto “no es el momento”. La zona de confort son las obligaciones que nosotros mismos nos ponemos sin estar realmente obligados a ellas, las mismas mentiras que nos repetimos sin sentirlas y es el ver la misma vida pasar día a día sin querer saber como escapar a esa rutina.

Mi zona de confort se reducía a eso: a andar el mismo trayecto, ver las mismas caras reflejadas en los cristales del vagón de metro, subir las mismas escaleras, sentarme en el mismo sitio, repetir el mismo trabajo, las mismas frases, el mismo horario; estar obligada a mantener las mismas conversaciones tediosas con gente variopinta y forjarme en mi interior una opinion acerca de ellos, unos para mejor, otros para peor; callar las mismas palabras, gritar a través de cada poro de mi piel de pura angustia. Mi zona de confort era sentirme ahogada por mi propia conciencia que me recordaba que en algún lugar debía haber algo mucho mejor para mi y buscar un escape en las letras, en las canciones y en los pinceles. Era saber que podía haber hecho mucho más pero que “la vida” y “mis circunstancias” me obligaban a aguantar con cosas que no quería.

Hasta que llega el momento en el que todo se fractura.

A cada uno nos llega esa voz que dice que “hasta aquí” y a mi me llegó en forma de frustración el día en que supe que el buen hacer confronta muchos veces con mejorar, que las cosas que creía me impulsarían a algo mejor lo único que habían hecho era condenarme a un vacío existencial en el que llevaba vagando siete largos años. Me llegó en forma de opiniones, comentarios, argumentos que salían de boca de gente que pasaba su mano por mi espalda pero que entre los dedos empuñaba el puñal alargado de la envidia.

Y entonces recordé que hubo tiempos mejores pero también los hubo peores y que tuve sueños que no alcancé pero también hubo cosas por las que luché hasta el final, por encima de todo y de todos y de cualquier circunstancia adversa. La salida de esa zona cómoda llega el día en el que te miras al espejo y no te reconoces y te das cuenta de que tu vida se reduce a ese sinfin de cosas que odias y que jamás pensaste que harías. Ese día en el que te das cuenta de que tus manos hace tiempo que volaron de aquel lugar, que tu corazón nunca estuvo ni tan siquiera allí sentado y que tu felicidad te aguarda en la puerta con un abrigo con el que cobijarte y un paraguas en la mano, esperando a que te decidas a dar ese paso.


Y vuelves a saber que eres valiente, que eres único, que puedes hacerlo. Que es el tiempo de volar y que nada ni nadie te condenará de nuevo a aquel lugar estúpido e hiriente que es tu “zona cómoda”. El día en que tu cerebro, el único encargado de anclarte a una realidad que no es la tuya, decide que ya ha dado suficiente por algo que nunca mereció la pena.

Es ese momento en el que renaces.
El momento en el que vuelas.
Es ese momento en el que no giras la cabeza.
El momento en el que cierras esa puerta para no volver a abrirla jamás y desandas el camino hacia casa,sonríes al extraño del metro y borras del teléfono a las personas con las que nunca quisiste entablar conversación mientras mantienes a tu lado a las que te hicieron aquellos años más fáciles. Es el momento en el que recuerdas ese libro que leíste y que te transportó hacia la magia y a lugares paralelos.
Es el momento en el que recuerdas que quien lo escribió estaba peor que tú pero, a diferencia de tí, luchó por lo que quería.

Hoy, el día en el que mi corazón sabe lo lejos que está de su zona de confort, yo releo ese libro. Y poco a poco mi cerebro se da cuenta de que cada vez él está también más lejos de ella.


Y de que pronto, muy pronto, en este camino que se inicia ya no hay ni habrá vuelta atrás.  

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